“El juego sirve al serio propósito de la educación, pero quien juega, no está educándose a sí mismo deliberadamente, está jugando por diversión, la educación es sólo un subproducto”. Peter Gray 

Desde hace tiempo se hace especial hincapié en “aprender jugando”, como una manera de aligerar el aprendizaje serio, de captar la atención de los alumnos y de involucrarles en su aprendizaje. Pero, ¿y si le damos la vuelta a la tortilla? 

JUGUEMOS y en el camino, iremos aprendiendo.

Tal vez no se aprecie mucha diferencia, pero, de hecho, la hay; para distinguir un matiz como este debemos recurrir a la definición de juego, que consiste en cualquier actividad, elegida de forma libre, que realizan una o varias personas con el único objetivo de obtener diversión o entretenimiento

En el momento en que el objetivo no es la diversión, sino el aprendizaje, repaso o refuerzo de un contenido en concreto, deja de ser un juego para convertirse en algo que podríamos llamar aprender de forma lúdica o actividades lúdicas.

Dicho esto, todos sabemos que el juego es inherente al niño, es su forma de experimentar y conocer el mundo que les rodea, en un entorno seguro, en el que recrean todo tipo de situaciones que les permiten desenvolverse e incorporar a su experiencia vital nuevas experiencias; por esta razón, es de vital importancia que tengan tiempo para jugar, no solo en casa o en el parque, sino también en el colegio.

En educación infantil, tenemos muy presente la importancia del juego y por ello, además de los tiempos de recreo de media mañana y comedor, tenemos establecidos tiempos específicos de juego a los que llamamos rincones.

¿En qué consisten estos rincones?

La explicación más sencilla sería decir que las maestras repartimos juegos y materiales variados por diferentes lugares/zonas de la clase (rincones) y dejamos que los niños, que van desde los 3 a los 5 años, jueguen libremente a lo que ellos quieran, interviniendo las maestras, lo menos posible. 

Para que los rincones funcionen de manera correcta, debemos tener en cuenta una serie de prescripciones:

  • Las maestras somos guías, solo intervenimos cuando es necesario, para explicar las reglas de un juego nuevo o resolver algún conflicto que los niños no pueden solucionar por sí mismos. A veces, precisamente lo más difícil, es no intervenir, solo observar cómo los niños se desenvuelven de manera autónoma y buscan ayuda y soluciones entre sus iguales.
  • Los materiales deben ser adecuados y variados para que cada niño pueda desarrollar su propio juego, por ejemplo: construcciones de diversas formas, puzzles, dominós, juegos de memoria, de colores, letras o números, muñecos, disfraces, herramientas…
  • Los niños saben que deben cumplir unas normas básicas para que todos juguemos en armonía:
    • Puedo jugar a lo que quiera.
    • Cuando termino de jugar en un rincón, lo dejo todo recogido y me voy a otro.
    • Si ya hay muchos niños en un juego, puedo jugar a otra cosa mientras espero.
    • Juntos y compartiendo jugamos mejor.
    • Cuando un amigo no sabe jugar, le enseño y jugamos juntos.
    • Al terminar el tiempo de juego, todos ayudamos a recoger.

De esta manera conseguimos que los rincones funcionen de manera fluida, los niños se muevan con autonomía y sean conscientes de sus intereses y de sus interacciones con los demás.

Por otro lado, conseguimos cumplir con la definición de juego, cada niño elige libremente a qué quiere jugar y su única meta es divertirse.

¿Es el objetivo de un dominó aprender el concepto de cantidad? No, su objetivo es el entretenimiento, pero como consecuencia de su uso, el niño aprenderá la disposición de los puntos y cuántos hay. ¿Es el objetivo de un puzzle mejorar la visión espacial? Tampoco, pero la consecuencia de hacer puzzles deriva en una mejora de esta misma.  El aprendizaje es una consecuencia natural de jugar. 

JUGUEMOS y en el camino, iremos aprendiendo.

 

Irene Sotoca
Coordinadora de Educación Infantil

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