En estos momentos tan difíciles y dolorosos que vive nuestra sociedad, no paramos de ver y escuchar en los medios de comunicación, comportamientos de personas que están ayudando a los demás a mitigar el sufrimiento o mejorar sus condiciones de trabajo o personales. Muchas de ellas son anónimas, ciudadanos que se preocupan y atienden desinteresadamente a los demás. Este sacrificio personal a favor de quien lo necesita, sin esperar nada a cambio, es lo que podríamos denominar altruismo.

El altruismo, está influido por el contexto social. Si en el entorno apreciamos conductas altruistas, será más fácil interiorizar este valor en nuestro comportamiento.

Otras variables que facilitan este tipo de conducta son las personales. Tanto la circunstancia que estemos viviendo en un momento determinado, por ejemplo la pandemia de estos meses, como nuestras vivencias personales. Respecto a esta última variable, tiene mucho que ver el entorno en el que se nos ha educado. Si han existido conductas altruistas en nuestra familia, el recuerdo de la satisfacción de ayudar estará grabado en la mente.

Matthieu Ricard, escritor y monje budista, define el altruismo como “un estado benevolente de la mente. Ser altruista significa tener un genuino interés en el bienestar de todos aquellos que están alrededor nuestro y desearles el bien. Además, este deseo debe ir acompañado por la determinación de actuar en su beneficio. Valorar a los otros es el estado mental crucial que conduce al altruismo”.

Los pilares sobre los que se apoya el altruismo son:

Bondad:  es una de las cualidades humanas que mejor reflejan la esencia humana, pues la persona bondadosa es la que actúa de manera ética y justa.  Tiene inclinación por hacer el bien a los demás, y lo hace con afecto, comprensión y respeto. Richard Davidson, doctor en neuropsicología e investigador en neurociencia afectiva, asegura que “la base de un cerebro sano es la bondad y se puede entrenar”.

Solidaridad: es un valor universal que nos impulsa a ir más allá de nuestros intereses personales y comprometernos, contribuir activamente para conseguir un mundo más justo y humano.

Empatía: es la capacidad de comprender los sentimientos, necesidades y puntos de vista de los demás, sin perder la propia identidad, y demostrándole a la otra persona dicha comprensión. La compasión es una forma de empatía más elevada, pues no solo nos ponemos en el lugar del otro, sino que queremos aliviar su sufrimiento. Davidson, asegura que “la compasión es un estadio superior, es tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento”.

Desde la familia y la escuela podemos  ayudar a favorecer en los niños y niñas comportamientos altruistas. El comportamiento prosocial se desarrolla en la infancia y surge de la capacidad del niño para imaginar cómo se siente otra persona, generando un sentimiento de responsabilidad por los demás. En este proceso, los adultos tenemos una labor fundamental.

El amor y el respeto hacia los hijos es una de las mejores formas de promover el altruismo, pues los niños y niñas se sienten seguros con el cariño de sus padres y no tienen dudas de que se les quiere. Un vínculo afectivo seguro, les ayuda a establecer más relaciones sociales y los profesores los consideran más competentes socialmente.

Tanto en la familia como en la escuela debemos enseñar a los menores a ponerse en el lugar de los demás, con preguntas como: ¿Cómo te sentirías tú si fueses él? ¿Cómo crees que se siente Paula por haberse quedado sin bocadillo porque tú se lo has  quitado? Es decir dialogar, apelando a sus sentimientos y empatía, en vez de darles charlas sobre honestidad.

Desde una actitud asertiva, los niños y niñas deben aprender a compartir sus cosas, a pedir permiso para usar las de los demás, cuidándolas como si fuesen suyas y a exigir que los demás hagan lo mismo. De esta manera se fomenta el respeto por uno mismo y por los demás. Esta experiencia le servirá además para aprender lo gratificante que resulta prestar cosas y que le presten, además favorecerá su desarrollo personal y cívico.

También es importante generar desde casa hábitos de colaboración: recoger su cuarto, ayudar a poner y quitar la mesa, colocar sus juguetes… En definitiva, participar en la buena marcha de la familia, respetando en todo caso, los espacios personales de cada uno.

Los padres y profesores debemos ser modelos de altruismo para nuestros alumnos y alumnas. Nos tienen que ver como personas con comportamientos prosociales que deseamos el bien, siendo empáticos y compasivos con los demás. Además, contamos con recursos que nos ayuden a fomentar estas actitudes: mediante cuentos, películas, ayuda a los hermanos o compañeros, trabajo cooperativo, compartir material en el aula, voluntariado… y todos aquellos medios que sirvan para despertar la necesidad de ser altruistas. La amabilidad y cercanía son ingredientes esenciales para ello.

Que las experiencias de estos días nos ayuden a valorar el altruismo y  nos sirvan para enseñar a nuestros niños y niñas lo importante que es su entrenamiento para crecer personal y socialmente.

Lourdes Garrido
Tutora de 3º de primaria Trilema Avda. América

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